viernes, 18 de septiembre de 2015

INFIEL


Me pregunto desde cuando la duda rondaba tu cabeza. Te veía caminar insegura por la casa. Trastabillar en el pasillo. Suspirar en las habitaciones. Sospechar en la cama.

 

Un día, después de amarnos, soltaste el lastre. No fue improvisado. Percibí un plan trazado.

 

-¿Algunas vez me has sido infiel?

- Nunca, mi vida – respondí mirando a tus ojos, como si fuesen los míos reflejados en un ensayado espejo.

 

La respuesta debió bastarte. Te despejó. Escuché tu respiración profunda y confiada mientras un lazo amargo se anudaba en mi garganta.

 

No sabría cómo decirte que en este mismo lecho, de vez en cuando, paso las tardes con la guitarra que me regalaste cuando nos prometimos.

 

viernes, 19 de junio de 2015

LA CULPA

 

El coche estaba abierto y con una ventanilla medio bajada. Nos asomamos. Olía a tabaco y a rancio. El cenicero se encontraba repleto de colillas. En un polvoriento compartimento cercano se podían ver algunas monedas. Una de veinticinco pesetas, seis o siete duros y pocas pesetas. El dueño debía ser uno de los borrachos del bar de enfrente. Aprovechamos y entramos en el coche. Nos reíamos. Hicimos el amago de llevarnos el dinero, aunque no nos atrevimos. Teníamos muy pocos años.

 

En un descuido del resto no me lo pensé. Me senté en el asiento del copiloto y las robé. Me las metí en el bolsillo. Nadie me vio. Estaba nervioso y decidí largarme. Algunos también se marcharon. Los que se quedaron avisaron de que habían desparecido casi todas las monedas. Y de pronto todo se volvió contra mí. Me acorralaron y empezaron a acusarme de habérmelas llevado:

 

-No, yo no me he llevado nada.

-¡Mentira! Te las has llevado tú- me inquirían.

-Que no, que yo no me he llevado nada –les respondía mientras aligeraba el paso camino a casa.

-¿Y por qué te vas ahora? –continuaban acosándome entre empujones.

-Pues porque quiero irme a mi casa. ¿Es que no puedo?

 

Me siguieron hasta el portal y los más exaltados subieron conmigo a la puerta del piso donde vivía. Cuando me abrieron entramos todos en tropel. Nos paramos en el pasillo de entrada. Presentía que aquello no iba a terminar bien. Justo en ese instante llegaba mi padre del trabajo:

 

-¿Qué pasa con esta algarabía? –se hizo el silencio.

-Señor – aún recuerdo que se llamaba David el primero que se atrevió a hablar-, que su hijo ha robado dinero de un coche abierto.

-Había unas monedas en un coche y ahora no están –explicó otro.

-Y mira ¡mira! –gritaba David victorioso al descubrir y señalar en el bolsillo de mi pantalón el relieve de las monedas que se marcaban bajo la tela- ¡Ahí están!

-¿Tú has hecho eso, Paco? –preguntó mi padre.

-No, yo ya he dicho que no he sido –estaba a punto de llorar.

 

Y entonces mi padre, que sabía que no me daba ningún dinero y que las monedas no podían aparecer de la nada les dijo:

-Si mi hijo dice que no las ha cogido, es que no las ha cogido. Yo confío en él. Habrá sido otro.

 

Las monedas de mi pantalón empezaron a quemarme como si estuviesen al rojo vivo. Todos parecieron apaciguarse. Desistieron. Regresaron a sus casas. No recuerdo que hice después. Pero al rato volví a la calle y amargamente tiré las monedas por una alcantarilla. Mis treinta monedas de plata.

 

Juro que desde entonces no he vuelto a quedarme con dinero que no me corresponde. No puedo fallarle otra vez a mi padre como aquel día.

 

Cuando veo a tantos personajes que arrasan con todo: corruptos, cobradores de comisiones ocultas, tarjetas opacas, malversadores, amasadores de fortunas ilícitas, estafadores… me dan lástima. Pienso que no tuvieron la suerte de tener un padre como el mío.


viernes, 10 de abril de 2015

LA CLAVE




En el libro de lengua de quinto había una foto de Antonio Machado. Era divertido porque en esa foto en concreto se parecía bastante a nuestro profesor de Lengua y Literatura de ese curso, que para más coincidencias, también se llamaba Antonio.

Un día nos dijo:
-Voy a ocupar una parte de mi clase en leeros un libro.
-¿Cómo? Vaya rollo, ¿no?
-Os prometo que será divertido.

Así que cuando empezaba la hora, y antes de dar los contenidos, nos leía uno o dos capítulos.

Sería incapaz de recordar conscientemente aquellos contenidos que nos explicaba después, pero lo que disfrutábamos ese ratito antes con esas historias, y lo que es mejor, el gusto por la lectura, aun lo tengo grabado.

Casi treinta y tres años después, le han regalado ese mismo libro a mi hijo y no me he podido contener. Casi todas las noches, antes de dormir, les leo algunos capítulos de “Fray Perico y su borrico”. Ya vamos por el tercero de la larga saga y tanto mi hijo como mi hija parece que les sabe a poco.

Creo que he encontrado la clave y que la historia, de alguna manera u otra, se repite.