viernes, 29 de junio de 2012

ESTAFETA PARA ARRIBA



Hoy he estado en Pamplona por temas de trabajo. Ya había estado otra vez, pero iba muy justo. Así que como me ha sobrado algo de tiempo hasta la salida del tren, no he podido resistirme a pasear por su calle más conocida.

Le he pedido al compañero que se conoce bien aquello que me hiciese de guía y se ha ofrecido muy amablemente. Hemos andado el tramo de la plaza del Ayuntamiento hasta la plaza de toros. No lo había recorrido nunca. A mitad del camino ya no aguantábamos más y hemos tenido que hacer un descansito en un bar. Es lo que tiene estar en forma. Y eso que no teníamos ningún morlaco pisándonos los talones. Pero hacía mucho calor (alego en mi defensa).

Me he hecho una foto detrás del vallado al final de la calle, porque aun sin toros, no tengo el valor de ponerme al otro lado. Espero que alguna vez pueda ir en San Fermín y verlo todo allí mismo. Pero detrás del vallado, por supuesto.
 
 

viernes, 1 de junio de 2012

TÚ Y YO





Desde que inauguré este cuaderno voy anotando aniversarios. Es una forma de rendir tributo a aquellos acontecimientos que han marcado mi vida (aunque alguno aun falte). Supongo que ocurrirá sobre todo en el primer año de este blog incipiente, principiante.

Hoy hace 10 años que me casé. En una Iglesia junto al Mar, a pesar de que ni ella ni yo seamos de un pueblo de costa, pero es que hemos estado tanto tiempo al borde de la orilla.

Era una tarde de principios de Junio, con el Sol ya de recogida. No hacía mucha temperatura, aunque yo estaba acalorado aguardando al pie del altar: y tú que no aparecías.

Tu madre, también algo incomoda, me aseguraba que no podías tardar tanto. Pero tu llegada se alargaba eternamente.

-Hemos salido casi a la vez –se justificaba ella- y lo único que tiene que hacer es desviarse por el paseo marítimo para recoger a los pequeños que van a acompañarla, pero es imposible que tarde tanto.

Y a mí que me subían los colores y las calores. ¿Y si se ha arrepentido en el último instante? Los invitados parecían no saber que ocurría, aunque alguno ya me interrogaba con la mirada. Tu madre seguía perjurándome que cuando ella salió de la casa, tú le seguías. Y eso, en vez de tranquilizarme, me alteraba el pulso. ¿Y si se lo ha pensado mejor y huye despavorida con traje de novia y ramo, dejando a los invitados, al sacerdote y ¡al novio! plantado en el altar? ¿Por qué lugar andarías ya? Hasta ayer todo iba bien. O por lo menos eso me lo parecía a mí. Pero el amor es de esas preguntas que no hallan respuesta.

Cientos de veces nos hemos preguntado ¿Por qué me quieres? Y en realidad todas las razones no son más que excusas del después. Argumentos que podrían encajar también en otras personas, y sin embargo hemos sido nosotros, tú y yo. No encontramos ninguna que nos de la clave, salvo la de “porque sí”. Es cierto, como dice nuestro amigo Luis, que a veces hay que “querer querese” ya que si no lo cuidas, el amor palidece y se extingue. Pero aun así, no hay respuesta. Y eso me asusta, pero también me apasiona.

Me apasiona porque todas las preguntas importantes en la vida ya sé que no tienen respuesta. Porque ya sé que hay un espacio, el más interesante, en el que esas preguntas son lo fundamental, y no lo que contestemos. Que lo imprescindible es planteárselo, subir a lo más alto y una vez allí, “tirar la escalera”. Que en el mundo, y en esta vida, lo indispensable, lo esencial, es lo que todavía no se ha dicho ni escrito.

Por eso saboreo la filosofía en mis ratos libres, como una afición necesaria para mí. Por eso mantengo ese idilio y litigio con la fe, como dos amantes que ni contigo, ni sin ti. Y por eso también me enamoré de ti. Y por eso te quiero: porque sí.

Y me asusta porque lo mismo que un día es “porque sí”, otro, sin esperarlo, puede ser “porque no”. En una décima de segundo. Pero ya es mala suerte que eso te pase el mismo día y a la misma hora de tu boda, con tu novio angustiado esperando en el altar. Con los ocupantes de los primeros bancos sonriéndome, disimulando que ellos también han pensado que la novia tarda demasiado, y devolviéndoles de mi parte otra vez la más fingida de las sonrisas.

Y yo en semejante situación, con los sudores arrojándose por mi frente, que me daba por pensar en estos vericuetos; en tu fuga; en la cara que pondrían los invitados cuando en el púlpito les tuviese que decir que te has sentido indispuesta (indispuesta para casarte conmigo), y que se suspendía la boda; en el lugar al que tendría que ir a buscarte y en lo que me dirías después; puede que sencillamente esta vez me respondieras “porque no”, y como final de un libro, mirando hacia el suelo, musitases que no, que de lo que no se puede hablar, lo mejor es callarse, no había más que decir; en Wittgenstein (el primero, y el segundo también: ¡Dios, nunca lo entendí tan bien como en esta acongojada ocasión!); en lo imbatible de tu razonamiento; y claro, en el significado que podía darle a la palabra “AMOR”. Y tú sin llegar.





Epílogo:

Cuando te vi aparecer por la puerta de la Iglesia alisando algunas arrugas del traje, supe que el resto de la ceremonia y la celebración,  ocurriese lo que ocurriese, nos iba a parecer perfecto.

Me relajé para lo que quedaba de tarde, aunque desde lejos, con el gesto, te pregunté sobre el retraso y al llegar me dijiste “Luego te cuento…”.

La de veces que ya había escuchado esa frase, y la de veces que luego he tenido que escucharla. Como si no conociese que lo que no te pasa a ti, no le pasa a nadie. Como si no supiésemos que justo el primero de Junio se abre la temporada de verano y no dejan pasar por la calle del paseo marítimo, a no ser que sea andando. Como si no intuyese que hubo que acudir a esos vecinos amigos y pedirle la llave que abre la cadena que prohíbe la entrada por el paseo, cerrado desde el uno de Junio hasta el treinta de Septiembre. Como si los vecinos, con los nervios, que no encontraban la llave mientras el tiempo transcurría para mi desesperación, hasta que debajo del cajón apareció ¡claro, después de casi un año! respondieron tragando saliva. Como si no…