sábado, 28 de julio de 2012

FOTOS II

Luces de Bohemia


Inercia


Ilusiones


Destino



Se acabó.

Por cierto, ese que cruza una de las tres puertas, soy yo.


FOTOS I

Os dejo una selección de algunas fotos que mi hijo ha hecho (lo dije en un comentario de la entrada anterior).

No son malas, pero tampoco es tan difícil. Coge una cámara y empieza a disparar sin parar. Algunas, a mi entender, dan en el clavo.

Les he puesto título.


Marcas





Claustro


Solsticio de Verano

Códices


sábado, 7 de julio de 2012

LA PRINCESA Y EL MENDIGO


Hoy he visitado un centro comercial del centro de la ciudad.

Tiene a la entrada unos maceteros grandes y esbeltos, con unas palmeras que le dan una apariencia de oasis. Hacía calor. Me acercaba a la entrada con mi hija de cuatro años recién cumplidos de la mano. En uno de estos maceteros, a la sombra, se recostaba un mendigo famélico. Le faltaba parte de la dentadura. El pelo escaso y sucio era castaño claro. Tenía las manos manchadas y las uñas deterioradas. Una piel cetrina sudorosa.

Justo cuando pasábamos por su lado, el hombre exhaló una especie de suspiro. Mi hija se detuvo frente a él, se le quedó mirando y le dijo:

-¿Qué le pasa, señor?

Él levanto las cejas, sonrió, y le devolvió una mirada de satisfacción.



Estuve a punto de pegar un tirón de ella, pero me contuve. Me dio pena que se sintiese humillado. Supuse que estaría harto de recibir ese tipo de desprecios, así que sin bajar la guardia y algo incómodo, me contuve.



Posiblemente adivinó mi recelo. Sin mediar palabra, se inclinó para saludar a mi hija, y agitó levemente la mano. No hizo ni el amago de tocarla. Continuamos con nuestro camino.



-Adiós, princesa –dijo finalmente mientras nos íbamos.



Noté como seguía a mi hija con unos ojos de agradecimiento infinitos. Ella también le sonreía. Quizá él ya no recordase la vez que le habían tratado con una dignidad y un cariño como el de ahora. Quizá desde aquella vez en la que también fue niño.



Desde luego que hacía falta mucha imaginación y bondad para llamar “señor” a aquel indigente hediondo, o estar tan vacío de prejuicios como una niña de cuatro años.



Cuando salimos ya no estaba.


Mi hija y yo. Semana Santa de hace dos años.
Chipiona.