A veces tengo la sensación de
que todo es provisional.
Todo permanece suspendido en
un antojadizo segundo.
En una efímera tarde de
estío.
Nada existe.
Es doloroso ser nada.
Un vacilante calor perfumado.
A veces tengo la impresión de
que me he equivocado.
En algún cruce abandoné mi
historia,
y vivo la vida de otro.
No sé quién es, ni qué hace.
Pero soy yo,
un impostor.
A veces tengo los sueños de
los perturbados.
Y como un maniático me miro
al espejo,
a los ojos.
Al fondo de los ojos, por si
estoy yo.
Y no hay nadie.
No le conozco.
A veces tengo los recuerdos
de una existencia ajena.
Como una película o un libro
que leo en el sofá.
Y resulta que soy yo
el protagonista.
Adivino mi historia entre sus
páginas,
y lo que ocurre en el libro
–en la película-, me ocurre a mi.
A veces tengo el extraviado
instinto de los suicidas.
Creo que recuperaré mi vida
al arrojarme
al vacío desde una cornisa.
Y me imagino el suelo
acercándose vertiginoso y fulminante,
ya sin remedio,
y doy un paso atrás.
A veces me veo a mi mismo a
la hora de la siesta,
en la más extraña de las
sensaciones.
Aparece mi infancia y me miro
desde ella:
me pregunto si alguna vez,
de niño,
creí convertirme en lo que
ahora soy.
A veces me aparecen otros
mundos posibles,
de otra vida lejana.
Se complica y compara con la
mía,
y siempre sale perdiendo.
No se por qué me toca vivir
la más ausente de todas,
la más desconocida.
A veces esta locura no me
deja vivir.
2 comentarios:
¡Buenísimo!
Eso sí, en el trance de verse despojado de aquello que de verdad amamos, descubrimos que al menos una parte de nosotros sí estaba allí.
Un abrazo.
Gracias Rafael.
Sí, somos más (pero el "somos" en ese sentido del "ser" que tú y yo sabemos) cuando nos rodeamos de personas, y aun más si las amamos y nos aman.
Un abrazo.
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