Esta noche he
sentido el mar.
Me desvelé con
el pitido agudo del teléfono móvil anunciando baja batería y entreabriendo los
ojos, mientras intentaba adivinar la hora que podría ser, me extrañó el leve
murmullo que llegaba hasta mis oídos.
Parecía como si
el susurro de una respiración suave y lenta entrase por la ventana abierta de
par en par, a la vez que una serena brisa me acariciaba los pies trayendo olor
a arena mojada y salitre.
A estas alturas
del verano, con el calor que hace incluso de madrugada, cualquier soplo lozano
es un alivio, así que me relajé con aquella sensación.
Me quedé
inmóvil.
Paralizado.
Por unos
segundos contuve el aliento para aclarar que era aquello que llegaba hasta mis
sentidos. Comprobé como un tenue rugido de olas al romper y una apacible
caricia de aire fresco, me confirmaban que la orilla estaba al otro lado de la
ventana.
No me atreví a
asomarme.
Continué
escuchando la mar sin apenas abrir los ojos y cautelosamente alargué la mano
hasta el suelo para comprobar que, como había supuesto, encontrase el piso
mojado. La marea había subido hasta inundar mi casa y parece que empezaba a
empapar las sábanas, las cortinas y los muebles de la habitación.
La posibilidad
de que la pleamar llegase hasta la ventana de mi casa en esta ciudad me
aturdía. Imaginaba las bocas de metro rezumando agua desde los túneles como un
manantial. Los viajeros más madrugadores intentando acceder y deteniéndose en
los primeros escalones con los zapatos y pantalones calados, sin saber que
hacer. Los barrios más bajos sumergidos, las plazas anegadas. Algunos de los
animales más pequeños, desprevenidos, flotando ahogados sobre la corriente.
Me sosegué.
El mínimo
resplandor que asomaba por la ventana avisaba que ya estaba amaneciendo. Me
giré lentamente en la cama mientras bostezaba y encajaba otra postura más
cómoda.
No sabría decir
con seguridad cuanto tiempo me quedé disfrutando de la maravilla que estaba
ocurriendo, ni cuando me volví a quedar dormido, pero a la mañana siguiente, sin
restos de humedad por ninguna parte y con el Sol avanzando en el horizonte, al
despertar pensé en la madrugada en que la mar vino a visitarme.
Gracias, ya te
echaba de menos.
4 comentarios:
¡Me ha encantado!
Ojalá tenga yo esta noche una visita similar. La ciudad ha comenzado a fundirse.
Si ha llegado hasta Madrid, la próxima pleamar por el Ebro inunda El Pilar y La Seo (pero que no estropee lo recien restaurado!!!).
Estás hecho un poeta!!! Y si no recuerdo mal, eso es un don divino.
Carlitos, me alegra verte por aquí. Gracias por tu piropo, pero ya me gustaría a mi ser un poeta de verdad.
Un abrazo, amigo.
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