Agua
Había un riachuelo que bajada
desde la cima. Luego un salto que lo convertía en cascada. Soñaba con ir río
arriba para ver de dónde brotaba el agua. Imaginaba que salía por una especie
de boca de cañón en una piedra. Que introducía mi mano dentro de la boca y que
a medio brazo palpaba tres agujeros desde donde surgía el agua casi helada. Tenía
que ir a buscar esa piedra. A veces preparaba alguna incursión, pero la lejanía
y la dificultad de la escalada me hacían pensar que era mejor aguantar hasta
que me hiciese mayor. De vuelta me sentaba en el mismo lugar que antes.
Solo algo más tarde, cuando supe
que todo se termina, cambié de espera. En aquel mismo sitio aguardaba a que el
agua dejase de correr. Pensaba que en algún momento debía de agotarse. No podía
durar para siempre el sonido del chorro contra las piedras. No podía estar
manando agua hasta el infinito. Así pasaba horas y horas, vigilando el instante
en que acabase. A veces creía que tendría mala suerte y el riachuelo se secaría
mientras yo no estaba. Quizá me cogiera en el colegio, durmiendo, en el
trayecto. Pero no fue así. Yo estaba entonces muy seguro de que el infinito no
existía, aunque allí estaba la corriente diciéndome con cada día que
transcurría que me equivocaba.
Aire
El aire está hueco. O mejor
dicho, es lo hueco. Cuando decimos que algo está hueco, en realidad lo que pasa
es que está lleno de aire. Hacemos como si no existiese. Lo ignoramos. Había
una ilustración en el libro de naturales de sexto con una balanza. El fiel se
inclinaba hacia la pelota inflada. En el colegio aprendí cosas de estas. De qué
elementos se compone el aire. El aparato respiratorio. El aparato circulatorio.
Cómo es la respiración de la sangre. Mi profesor decía, la verdadera
respiración se produce en las mitocondrias.
Cuando tenía tres o cuatro
años me atraganté con un caramelo. Debe ser de los pocos recuerdos que guardo
de aquella época. Se me obstruyo en la garganta y no podía respirar. Mi tío me
agarró del cuello y me puso boca abajo. La cara se puso morada. Me faltaba el
aire. Los segundos se hicieron horas y horas. Con un golpe el caramelo salió
despedido. Había una puerta blanca y lloré mucho. Es demasiado imprescindible
para ignorarlo.
El fuego me hechiza. La chimenea de una casa es mi sitio favorito. Me asombra su poder destructor. Arrojas cualquier cosa y sucumbe. Se retuerce. Se incendia. Agoniza. Se desfigura. Desaparece. Muere. Es una boca que engulle o hiere o inhabilita. Y a veces, también crea. He pasado horas y horas asomado a esa ventana ardiendo, con la cara caliente y los ojos irritados. Me gusta observar como los troncos se resquebrajan con esa danza amarilla y naranja insinuándose. El crepitar de la madera quejándose, liberándose de su forma, renunciando. Es probable que sea infantil, pero no he podido evitar este sentimiento desde niño.
Una vez con ocho años
hicieron una fogata en el patio del colegio. En la clase cada uno escribimos en
un papel alguna petición o cuento. Era secreto. Luego, como en un ritual, bajamos
para lanzarlo a las llamas uno a uno. Estábamos serios. Parecía algo fúnebre. La
hoguera devoró todas las historias. No sé qué puse. No lo recuerdo. El fuego
también lo quemó de mi memoria.
Tierra
En una excursión al Coto de
Doñana pasamos por una charca de arenas movedizas. Nunca he comprendido cómo se
producía esta trampa natural y aquella vez el guía nos lo explicó. No suele ser
tan letal para los animales pues la intuyen y siempre evitan; salvo que al ir
huyendo de algo se distraigan, queden atrapados y tras horas y horas de
forcejeo lo fagociten. Hay cosas realmente interesantes en este planeta que
llamamos Tierra.
Yo siempre creí que la tierra
más interesante era la que está encerrada en un reloj de arena. Y aunque pienso
que no me falta razón, he descubierto que hay otras que también tienen mucho
que decir. La que se marca con la huella de un caminante. La que viaja con el
viento lastimando los ojos y que cruje cuando la masticas en una tarde de
levante. La que transportan mis hijos en sus zapatos desde el patio del colegio
a mi casa y que esparcen por las habitaciones cuando llegan. La que agujerea la
hormiga haciendo su hormiguero. Y la que un día sepultará mi cuerpo sin vida.
4 comentarios:
Jo... pero qué bien que escribes. Las cuatro visiones me han parecido preciosas y acertadísimas. Algunas me parecen cercanas, demasiado cercanas. Me dan ganas de copiarte el ejercicio.
Si realmente escribiese bien, me dedicaría profesionalmente a ello. No me conformaría con hacerlo de vez en cuando en un blog.
Y por copiar, copia lo que quieras, que nunca me opuse a ello de estudiante, no voy a hacerlo ahora...
Gracias.
Hay quien se autodenomina escritor (profesional) y lo hace mucho peor..... Yo me lo pensaría seriamente.
Dejarse copiar no es buena estrategia. Pero me tomo la libertad de escribir sobre mis aires, mis tierras, mis fuegos y mis aguas.... :)
Lo que pienso seriamente es que las estrategias nunca se me han dado bien, salvo en un caso.
Gracia otra vez.
Publicar un comentario