miércoles, 1 de febrero de 2012

DEBUTANTES



Os lo dije el otro día, sobrinos. Que os iba a escribir una entrada especialmente para vosotros que formáis parte de ese exclusivo, selecto y reducidísimo grupo de gente que me lee. Así que voy a contaros algo que os atañe, porque voy a hablar de vuestro abuelo, que fue mi suegro, y también abuelo de mis hijos.
Jesús era un aragonés de los de pura cepa. Que si había que desviar el cauce del Ebro, solo con mirarlo levantando la ceja el río solito se apartaba a un lado. Aunque haya sido vuestro abuelo, y le hayáis tenido un cariño inmenso –cosa que ya conociéndole, tampoco era de extrañar-, era también el padre de mi novia. Y en los inicios me tenía un poco asustado. Con ese tono de voz, y ese acento que a veces le salía, tan diferente al mío. Vamos, que me tenía acojonado, por decirlo suavemente.
Cuando nos veíamos, al comienzo, me saludaba tan correcto, apretando lo justo con la mano. Manteniendo las distancias. Mirándome de reojo. A mí, que debo tener una pinta de cordero “degollao” de espanto. Y es que vuestra tía era la rebelde, la pequeña de la casa, la extremadamente madura para unas cosas, pero incomprensiblemente inmadura para otras, inteligente y algo soñadora (una difícil mezcla); y no se imaginaban cómo podía ser yo, quién sería el que tendría el carácter de acompañarla en la vida…  Supongo que nunca pensaron en alguien como yo. Estoy convencido que al principio, y no solo porque una era de Madrid y otro de Jerez, nadie daba un duro por nosotros (entonces había duros y pesetas).
Pero yo lo tenía muy claro, parece que la cosa fue fraguando, dejé la clandestinidad, y me tocó ir a comer por primera vez a casa de mi novia, así ya en plan formal. Y fue en Chipiona. Como soy de Jerez, tus abuelos debieron pensar que para este chaval que pretendía ir en serio y con buenas intenciones (por lo menos eso dejaba entrever), un terreno pseudoneutral podría ser lo idóneo.  A todo esto, era Verano, o sea, que Chipiona era lo suyo. La verdad es que no era la primera vez que subía a esa casa. El lugar me era familiar, pero esa es otra historia diferente a esta que cuento, y si quieres saber más, debes preguntarle a tu madre, que fue quien me abrió la puerta en aquella primera vez que me colé –sí, literalmente, me colé- en esa casa.

Volviendo al tema, ya sabéis que tu abuela es una buena cocinera, antes de que la enfermedad que padece no la deje afanarse en ello como antes. Y preparó una comida de película. Ella siempre ha pensado, no sin cierta falta de razón, que a un hombre se le conquista por el estómago. Y aunque yo no era precisamente alguien a quien había que conquistar, debió de querer lucirse en esa ocasión.
En vez de comer en el salón, decidieron hacerlo al aire libre, en la terraza del piso. Y cuando llegué, que crucé la casa hasta la mesa de la terraza, literalmente, no cabía un alfiler encima del mantel. Había comida para un regimiento, y solo éramos cuatro: Tu abuelo, tu abuela, la niña -o sea, mi novia- y yo. Lo primero que pensé es que dónde íbamos a meter tanta comida. Luego me di cuenta que con lo que coméis los de vuestra familia, pues que andaba justita la cosa.
Y es verdad, coméis una barbaridad. En el resto del mundo, lo normal es un primero o aperitivo, luego el segundo, y finalmente el postre. En casa de tus abuelos es el único sitio en el que he visto que el menú se compone de: pre-aperitivo, aperitivo, post-aperitivo, primero A (en este punto yo ya estoy lleno, no me cabe más), primero B, super segundo, postre de fruta, postre de lácteo, postre casero, más el café o té con pastas. Eso os puede dar una idea de cómo estaba de abarrotada la mesa.

Nos sentamos. Yo tenía justo enfrente a mi suegro, y al lado derecho a mi novia y a su madre. En el lado izquierdo no había nadie, porque se podía admirar el paisaje playero. Estaba algo nervioso, pero mantenía el control. Serio. No muy hablador. Nunca lo he sido, pero si encima estaba algo asustado,  mejor era no decir nada.

-¡Qué de cosas! – dije intentando no parecer un antipático con tanto silencio. ¡Algo había que decir!
-Bueno, tampoco  es tanto –respondió alguien mi cumplido.
-Venga, que te sirvo el primero- me dijeron después.
-Da igual. Ustedes primero, mejor.
-De ninguna manera. De eso nada. ¡Te serviremos a ti primero y a callar! No se hable más – este último era mi suegro. Tu abuelo, cuando no lo conocías, hasta para lo más trivial, parecía que estaba dando un discurso al presidente de cualquier nación.
-Glub, vale.

Me colocaron el plato, y como no había apenas espacio, el plato se quedó en voladizo. Casi la mitad estaba fuera. Tuve miedo de que pudiese tirarlo de un golpe fortuito, y decidí empujarlo unos centímetros hacía el interior de la mesa -¡¡error fatal!!-, y estar más holgado.
Resulta que yo en mi lado de la mesa retiré un poco el plato de mi pecho. El plato desplazó a la tapa de boquerones en vinagre. Los boquerones en vinagre movieron el platito de las morcillas. El platito de las morcillas hizo arrastrar al combo del aceite y el vinagre. El aceite y el vinagre empujaron a la cesta de pan. La cesta de pan se hizo sitio sobre otro plato de albóndigas. El plato de albóndigas  ocupó el lugar de una lata de atún. La lata de atún corrió un recipiente con mejillones. Y el recipiente con mejillones trasladó leve e irremediablemente el vaso de tubo que tenía tu abuelo justo en el borde de su lado de la mesa. Así que ese vaso de tubo de tinto de verano con mucho, mucho, mucho hielo se precipitó y derramó con todo su contenido sobre las faldas de tu abuelo.
Y entonces vi como tu abuelo saltaba como un poseso, agitando los brazos en alto, y lanzando una de sus maldiciones predilectas:
-¡¡ME  CAGO  EN  JUDAS   ISCARIOTEEEEE!!!!!!!!
Y golpeaba la mesa en el pequeño espacio que había dejado libre el vaso de tubo traidor, haciendo saltar el resto de las viandas por los aires.

No sabía donde meterme. Eso no me podía estar pasando a mí.
Dios, ¿porqué no haces para que un tsunami deje este incidente en algo sin importancia? ¿Y un rayo? Da igual que luzca el Sol y tengamos un cielo azul ¿no eres OMNI-POTENTE? No me falles ahora. ¿Y un triángulo de las Bermudas entre el Faro, el Santuario y la casa de Rocío Jurado, que me haga desaparecer y aparecer en medio del desierto de Arizona?

Para colmo mi novia y su madre se empezaron a reir por lo bajini, y luego, completamente desinhibidas, se carcajeaban mientras tu abuelo se iba poniendo más y más rojo, más y más enojado. ¿De qué vais? ¿Me queréis arruinar la vida? ¿Os parece gracioso el debut? Dejad de reíros y traed una bolsa para que respire dentro de ella, estoy  apunto de desmayarme.

Al final, y a pesar de toda esta historia (cómo no, acabamos los cuatro riéndonos), nos cogimos cariño. Siempre que pienso en tu abuelo me viene a la cabeza la foto que tiene con Alvarito hablando por el móvil. También recuerdo, ya casi al final, cuando fuimos él y yo solos a pasear por El Pardo, uno de sus sitios preferidos. Le llevé en mi coche y abrigados bajo un agradable Sol del invierno nos contamos nuestros proyectos. Proyectos que solo cuenta el que intuye que no le queda demasiado.

A ver si cuando pasen unos años, leéis esto a mis hijos, para que admiren como fue la inauguración de su padre en tu familia, que es ahora la mía también.

Besos.

3 comentarios:

Carlota dijo...

Me has hecho llorar, ¿estarás contento?
Mi madre ya me había mencionado que vuestro romance fue en secreto y a hurtadillas, ¡qué emocionante! ¡yo quiero uno igual! Sobre todo después de oir los planes que mi padre YA tiene para espantar a mi futuro novio.... Hay gente que no tiene remedio (yo ya le he amenazado con que le llegue a conocer el día de la boda).
Por otro lado, no conocía esa faceta del abuelo. Yo, que he sido la afortunada nieta que más años le ha disfrutado, solo recuerdo pequeños detalles: lo mucho que odiaba el chicle (¡Esta hecho con basura! ¡No quiero volver a veros comer eso!), sus eternas Ray-Ban verdes, la tapicería blanca de su coche, los partidos de tenis en la Casa de Campo, su amor por la música clásica, el periódico ("pioco")que siempre leía...
Chipiona es el lugar que más recuerdos me trae, ya que fue él quien me enseñó a pescar con camaronera, a la edad que tiene ahora tu hija. A finales de su último verano, me compró un tridente porque me iba a enseñar a pescar pulpos (Yo nunca he visto ningún pulpo en esa playa, pero si él lo dijo...), pero nunca tuvimos tiempo de ir a "las rocas". El tridente sigue allí, solitario, detrás de la nevera, oxidandose poco a poco por el salitre. Nunca he sido capaz de usarlo (no sabría que hacer con él) ni de tirarlo. Es nuestro último recuerdo, su promesa sin cumplir.
Me dejas triste y deprimida en medio de mis exámenes (¿te parecerá bonito?), aunque me rio al imaginarte tirándole el vaso encima... A veces eres un manazas tío.
Un beso

Paco dijo...

Vaya, no era mi intención desordenarte tus tardes de estudio, pero si a ti no te hace falta estudiar para aprobar!!

Así que ese oxidado tridente oculto tras la nevera es tuyo...

Y por cierto, yo SIEMPRE soy un manazas.

Carlota dijo...

Sabes que tengo que hacer algo mas que "aprobar" si quiero llegar a algo en la vida...