martes, 23 de septiembre de 2014

FERIA DEL 98


El otro día casi exploto con mis hijos. Fuimos a un centro comercial y se portaron fatal. Luego en el coche continuaron a peor y no me pude contener. Les regañé duramente. No sé cómo pueden estar siempre discutiendo entre ellos. Cualquier cosa del otro les incomoda. Siempre quieren tener razón. No ceden. Acaban discutiendo. Llorando. Refunfuñando.  

Cuando lo pienso me pongo triste, aunque no lo muestre. Me disgusta la posibilidad de que de mayores sigan con esa rutina. Aunque mis hermanos y yo, que ahora nos llevamos bastante bien, hemos tenido broncas de espanto.

Ya teníamos cierta edad cuando me recuerdo en una de ellas gritando por el pasillo de mi casa. Detrás iba mi hermano Gabriel que debía gritar igual o más que yo. Me parece que todo empezó porque uno de los dos no podía estudiar pues el otro estaba haciendo alguna actividad que emitía un ruido incómodo. Apuesto a que yo era el del ruido. No cedíamos ninguno y mis padres estaban fuera, por lo que no había jueces que dictaminasen una solución más o menos objetiva.
 
La polémica aumentaba y los nervios bullían. Tuvimos el encontronazo en la entrada de su dormitorio. Éramos él, yo, y la puerta, que se llevó la peor parte. En el forcejeo acabé metiendo el puño por la parte de atrás de la puerta, sin que afortunadamente llegara a salir por el otro lado. La madera se quebró y le hice un agujero.
 
Nos quedamos paralizados. Nos habíamos pasado. Y mucho. De pronto toda la ira, toda la tensión, todas las diferencias se desvanecieron. No nos lo echamos en cara. En apenas un segundo, sorprendentemente, estábamos buscando una solución en equipo. Restaurar la zona era bastante complicado. Una puerta nueva se iba de presupuesto y se notaría demasiado. Decir que nos habíamos tropezado no convencía, pues el agujero estaba muy alto para una caída. Después de varias opciones más, encontramos la definitiva: Tapar el agujero con una pegatina.
 
Sin embargo, una sola la delataría, así que buscamos otras y las repartimos. Había que disimular. Que diversificar riesgos, como en la ruleta. La puerta se acabó llenando de pegatinas. Nunca hemos sido de los que ponen pegatinas en las puertas, pero había causa de fuerza mayor. Y aunque para nuestro gusto aquello quedó horrendo, todo parecía haberse solucionado a la perfección. Solo hubo algún comentario de mis padres sobre el porqué de esa moda que nos había dado ahora con las pegatinas. Que si era una horterada. Que al menos podríamos haber consultado… Mi hermano y yo nos miramos, pusimos cara de póker, y ya no se habló más del tema.

 
Algunos años después, estábamos en el tanatorio con el cuerpo de mi padre cerca. Mi madre había fallecido también tres años antes. Yo estaba bastante perjudicado y tenía mucho dolor. Me sentía en un pozo sin fondo. Agobiado. Angustiado. Sin comprender nada. Entonces mi hermano se acercó lentamente hasta donde yo estaba y con cara pensativa, mirando hacia otro lado, me susurró al oído:

-Al final, Paco, no se dieron cuenta del puñetazo en la puerta.

Y me dejó ahí. Mientras se volvía muy serio hasta su silla. Con una seguridad que pocas veces le he visto y sabiendo que le había ganado a la muerte. Me dejó ahí. Sin saber si ponerme a llorar sin resuello, si soltar una carcajada, si esconderme, si marcharme a vivir la vida o no sé qué extraña reacción. Me dejó ahí.


 
La puerta con su pegatina de la Feria del Caballo de Jerez aún sigue hoy. La única que no hemos quitado de todas las que pusimos. Estratégicamente colocada. Continuando con su misión de ocultar el agujero más secreto y hondo de toda la casa. El agujero más obstinado y más añorado. El agujero que dejaron mis padres cuando se marcharon.

Aunque ahora, con más años a cuestas y dos hijos, me pregunto si realmente se fueron sin saberlo. Puede que lo viesen e hicieran como si no lo hubiesen descubierto. Entonces el secreto sería de todos y para todos. Porque lo buenos padres, como lo eran los míos, son los que a veces saben lo que no han visto, y otras, hacen que no ven lo que no les conviene saber.






12 comentarios:

XuanRata dijo...

Cuando uno es padre es fácil, inevitable casi, ver en uno mismo el reflejo de los propios padres, sus angustias, sus defectos, sus pequeñas heroicidades de andar por casa...No es tan fácil en cambio ver en los propios hijos el reflejo del hijo que una vez fuimos. Y sin embargo, es un ejercicio necesario porque ahora somos la bisagra de esa puerta sobre la que llueven puñetazos.

Por lo demás, los que tenemos hermanos seguro que podemos hallar alguna historia parecida, pero no todos somos capaces de contarla como tú la cuentas, con el tono exacto y el contexto preciso para que trascienda más allá de la anécdota.
Pero te advierto una cosa: si vuelves a emocionarme sin previo aviso te reclamaré por daños y perjuicios.

Un abrazo.

Paco dijo...

Xuan, nunca había pensado eso de que somos como una bisagra entre nuestros padres y nuestros hijos.

Gracias por tus palabras. Y en cuanto a tu reclamación por daños y perjuicios, alego que fue involuntario y sin premeditación.

Un abrazo.

Silvia dijo...

Llevo un rato dando vueltas distraídas por ese tremendo centro comercial lleno de escaparates que es el mundo bloguero, y mira adónde he ido a parar, al puestecito tan coqueto y familiar de Paco, que está claro que ya no es Principiante.

Leo tu post tan lleno de amor, y vuelven a morderme las huellas de mordiscos que me dejaba en el brazo mi hermana, la zapatilla justiciera de mi madre, mediadora social un tanto radical, los puñados de pelo rubio que terminaban en mi mano y que luego nunca sabía dónde dejar. Y más que nada, me vuelve a partir el alma lo triste que mi madre acababa después de esas grescas de leonas cachorras, su cara desolada cuando nosotras ya estábamos codo con codo en el sofá, comiendo pan con nocilla y viendo "Los Caballeros del Zodiaco".

Me alegra este reencuentro, Paco. Un abrazo.

Domingo dijo...

Siempre es complicada la convivencia y aún más la labor de padres.
Las disputas vienen de serie y uno piensa que las controlará cuando asuma el rol paterno, pero ahí es cuando se valora de verdad la labor que hicieron con nosotros.
Yo perdí a mi hermano demasiado pronto y cuesta superarlo, pero sobre todo, cuando los mayores van faltando se echa en falta alguien que te diga algo como lo de Gabriel con la puerta.
Tu padre, experto restaurador, seguro que entendió lo de la puerta y la solución se quedó porque era un cartel de feria de Carlos Laínez.
Un beso para Curro y Ángela y piensa que, aunque todavía no son conscientes, tarde o temprano tendrán que asumir el papel de padre o madre o inventar una estratagema conjunta para explicar lo inexplicable a Raquel y a Paco.

Paco dijo...

Hola Silvia,

de verdad que me alegra que entres en este hormiguero. Ya de "principiantes" tenemos poco. Y tú aun más con el ritmo que escribes.

Cuántos llamamientos a la paz habrá derrochado tu madre para que unos Caballeros del Zodíaco cualesquiera os haya reconciliado al instante. ¿O habría que buscar la magia en la Nocilla?

Un abrazo.

Paco dijo...

Domingo, me conoces demasiado bien y seguro que muchos de los pensamientos y sentimientos que tengo me los adivinas conforme se van creando. No en vano podría estar horas reflexionado sobre tu comentario. Aunque de ese comentario tuyo al final me quedo con los sujetos: mis padres, tu hermano, Gabriel, Raquel, Curro, Ángela...

Faltan muchos más imprescindibles, pero si tú nos los has puesto, yo tampoco los voy a desvelar.

Por cierto, he ojeado tu blog y me encanta. Solo os queda poner un restaurante marinero. Sugerencia de plato: Bonito al tórculo sobre tinta de calamar. Para chuparse los ojos.

Besos y me hace mucha ilusión que de vez en cuando me leas.

Anónimo dijo...

Pues sí recuerdo ese día del puñetazo, y de lo rápido que colocamos la pegatina. También ese comentario "PAco, no se dieron cuenta".
Es cierto las disputas vienen y van, quizás sean buenas, o no. Aunque yo pienso que algo positivas son, te hacen conocer al contrincante.
En cuanto a la pegatina estoy con Domingo, se quedó por ser un cartel de FERIA, la supertición de poder quitarla puede que le llevara a no hacerlo.
No sé quizas se dieron cuenta o no.....

Paco dijo...

Lo que está claro es que debajo de esa pegatina hay un agujero más profundo que el ancho de la puerta.

Besos.

giovanni dijo...

Me gusta esta historia, por el cariño detrás de la pelea y por tapar el daño así volviéndose en testigo de cómplices mudos y, quizás, mútuos.
En mi casa tenemos una puerta semejante, tapada con cuatro autorretratos de Vincent van Gogh, a un metro de mi computadora o sea ordenador. No es recuerdo de una pelea entre mis hijos sino entre uno de ellos y mi mujer.

Un abrazo

Paco dijo...

Giovanni, después de escribir esto y de que algunos amigos lo leyesen (como tú), he podido comprobar que muchos tenemos una historia de alguna bronca que con el tiempo hasta añoramos.

Un abrazo.

Jesús Cotta Lobato dijo...

Una historia conmovedora y preciosa. En cuanto a las trifulcas de los hijos, ¡es normal! Tienen sangre en las venas, no horchata. Mis hermanos y yo hacíamos lo mismo y ahora nos queremos con locura y nos ayudamos unos a otros. Un saludo.

Paco dijo...

Hola Jesús,

qué alegría y responsabilidad tenerte por aquí.

Desde luego que si mis hijos acaban como tú y tu hermano Daniel, me puedo sentir satisfecho. Muy satisfecho.

Un abrazo.