sábado, 7 de enero de 2012

VUELVO AL SUR





Un día, en el viaje de Madrid a Jerez, mi Santa y Madrileña esposa me preguntó que desde que momento empezaba a notar que estaba en casa. Que cuándo me sentía en mi tierra.

Ella apostaba claramente que mi respuesta sería cuando cruzamos Despeñaperros, sin embargo no es así. Despeñaperros es una advertencia, pero no es la meta. De hecho no hay una meta, un lugar concreto. Más bien es una sucesión de sensaciones que se completan cuando veo a alguno de mis hermanos, o de mis primos, o de mis familiares, y le abrazo. Volver a casa, al Sur, es algo más que volver a un lugar geográfico. Es, como dice esta canción, un destino del corazón.

Cuando me casé estaba de moda ponerle nombre a las mesas de los invitados (no sé si sigue esa costumbre), y a nosotros se nos ocurrió llamarlas con los nombres de los pueblos que uno va pasando entre Madrid y Jerez. Creo que fue un buen homenaje a ese camino que tantas y tantas veces hicimos, y que culminó en nuestra boda. Y por qué no decirlo, también un homenaje a nosotros, sufridores de ese trayecto ilusionado que ya se nos hacía hasta corto, siempre esperando algo.




En este último viaje he tenido el esmero –y el placer- de recrearme en las sensaciones que siempre me ocurren cuando Vuelvo al Sur, pensando que luego lo escribiría aquí.

Hay ya un tramo largo antes de toparse con el escarpado paisaje de Despeñaperros. Pero la vista es imponente. Si el clima lo permite, bajamos todas las ventanillas del coche para ver y respirar mejor ese horizonte tan vertical. Me hace gracia vernos a los cuatro con los pelos agitados por el viento que entra tan puro y desinhibido. Ahora ya casi han acabado una carretera que parece que sobrevuela tanta piedra alborotada. Te acorta el viaje, sí. Pero la ceremonia también pierde.

Una vez cruzado, los amplios campos de olivos ya me hacen sentir diferente. Son, tal como acertadamente leí en uno de los blog que visito, ejércitos interminables de olivos alineados a cada lado de la carretera.

La habitual parada en Andújar me divide el camino en dos. Allí mis hijos se desfogan en un parque mientras comemos. Los pobres ya acumulan tres horas de viaje, y les esperan otras tres. Lo hacen resignados. Acostumbrados. Algún día me dirán que ya no quieren acompañarme, que se quedan, que nos vayamos nosotros solos. Ese será un día triste por mucho que sepa que va a ocurrir.

Luego surge el Guadalquivir lamiendo la Mezquita cordobesa. Es un detalle precioso. Me altera y conmueve esa imagen. Solo pienso entonces que sucumbe entre Sanlúcar y el Coto.

Y como el río, sigo surcando hasta Sevilla. Imagino los puentes saltando el cauce. Y me despido de ellos. Sobre todo de ese tan enorme que se divisa desde la carretera, y que me responde con un parpadeo de luces en su parte más alta.

En la autopista, casi siempre ya atardeciendo o a oscuras, unas luces descubren el aeropuerto jerezano.

El aburrido cobrador del peaje, o la máquina donde introduzco la tarjeta. Ya casi, casi. Una salida certera.

La rotonda.

El cansancio que como Jerez, llega de golpe. De pronto ya están aquí. Haciendo que me hunda en el asiento. Que me sienta agotado.

Las calles.

Parte de mi historia. Una esperada sensación de seguridad.

Algún olor

Y por fin el abrazo.

Ya estoy en Casa.


7 comentarios:

Carlota dijo...

Ooooh, ¡que tierno!
¡qué poético!
Y que canción más bonita (que te pega mazo, tío)
Yo, cuando voy a Chipiona, solo creo que he llegado cuando he visto el faro (cosa que suele pasar cuando estamos muy, muy cerca por mi miopia) aunque mi madre ya se siente allí a partir de Despeñaperros.
Bueno, nos vemos en tu próxima entrada que espero impaciente...

Paco dijo...

Bueno, me gusta que digas que me pega esta canción porque la verdad es que disfruto escuchándola bastante.
Has utilizado información privilegiada, ya que sabes que ando escribiendo una entrada que te concierne... Por cierto, lo que contaré en esa entrada ocurre en Chipiona...
Un beso sobrinilla.

Carlota dijo...

¡Uy,uy! ¡no me pongas los dientes largos!

Silvia dijo...

"ese horizonte tan vertical". Precioso, de verdad. ¿Sabes? Tus hijos me han recordado a mí y a mi hermana de pequeñas, aguantando como podíamos el trayecto infinito que por entonces suponía ir de Estepona, o de La Línea, hasta el pueblo de mi madre, cerquita de Valdepeñas. Ellos, tus hijos, nunca se olvidarán de las vacaciones en la otra casa, la del Sur (la de la Mancha, en mi caso). Apuesto a que seguirán haciendo ese camino, sin ti o contigo.

Paco dijo...

Tengo una pequeña esperanza de que eso ocurra, Silvia.

Gracias por el piropo.

Anónimo dijo...

Me alegra saber que sientes esas cosas...son las mismas preguntas y las mismas respuestas.ese pellizco en el estomago al ver el cartel de "jerez". Ese jerez que el tiempo volvio incompleto y doloroso. Pero Jerez.

Abrzs
Patata

Paco dijo...

Qué acertado, ”…que el tiempo volvió incompleto y doloroso”.

Hablamos que tú llevas ya más tiempo viviendo en Madrid que en Jerez. Sin embargo, también dijiste que sigues sintiéndote principalmente jerezano. Estoy seguro que eso es porque en la “bolsa de la vida” (ahora que está tan de moda utilizar términos económicos), los enteros de la infancia y primera juventud puntúan mucho más que los posteriores.

Como dijeron muchos poetas, la patria de uno es la infancia. Y en nuestro caso, esa infancia, y esa patria, para lo bueno y para lo malo, se llama Jerez.

Gracias por tu visita.