miércoles, 8 de agosto de 2012

MADRID


Esta noche he sentido el mar.



Me desvelé con el pitido agudo del teléfono móvil anunciando baja batería y entreabriendo los ojos, mientras intentaba adivinar la hora que podría ser, me extrañó el leve murmullo que llegaba hasta mis oídos.



Parecía como si el susurro de una respiración suave y lenta entrase por la ventana abierta de par en par, a la vez que una serena brisa me acariciaba los pies trayendo olor a arena mojada y salitre.



A estas alturas del verano, con el calor que hace incluso de madrugada, cualquier soplo lozano es un alivio, así que me relajé con aquella sensación.



Me quedé inmóvil.



Paralizado.



Por unos segundos contuve el aliento para aclarar que era aquello que llegaba hasta mis sentidos. Comprobé como un tenue rugido de olas al romper y una apacible caricia de aire fresco, me confirmaban que la orilla estaba al otro lado de la ventana.



No me atreví a asomarme.



Continué escuchando la mar sin apenas abrir los ojos y cautelosamente alargué la mano hasta el suelo para comprobar que, como había supuesto, encontrase el piso mojado. La marea había subido hasta inundar mi casa y parece que empezaba a empapar las sábanas, las cortinas y los muebles de la habitación.



La posibilidad de que la pleamar llegase hasta la ventana de mi casa en esta ciudad me aturdía. Imaginaba las bocas de metro rezumando agua desde los túneles como un manantial. Los viajeros más madrugadores intentando acceder y deteniéndose en los primeros escalones con los zapatos y pantalones calados, sin saber que hacer. Los barrios más bajos sumergidos, las plazas anegadas. Algunos de los animales más pequeños, desprevenidos, flotando ahogados sobre la corriente.



Me sosegué.



El mínimo resplandor que asomaba por la ventana avisaba que ya estaba amaneciendo. Me giré lentamente en la cama mientras bostezaba y encajaba otra postura más cómoda.



No sabría decir con seguridad cuanto tiempo me quedé disfrutando de la maravilla que estaba ocurriendo, ni cuando me volví a quedar dormido, pero a la mañana siguiente, sin restos de humedad por ninguna parte y con el Sol avanzando en el horizonte, al despertar pensé en la madrugada en que la mar vino a visitarme.



Gracias, ya te echaba de menos.






4 comentarios:

Rafael Hidalgo dijo...

¡Me ha encantado!

Ojalá tenga yo esta noche una visita similar. La ciudad ha comenzado a fundirse.

Paco dijo...

Si ha llegado hasta Madrid, la próxima pleamar por el Ebro inunda El Pilar y La Seo (pero que no estropee lo recien restaurado!!!).

Edidacta dijo...

Estás hecho un poeta!!! Y si no recuerdo mal, eso es un don divino.

Paco dijo...

Carlitos, me alegra verte por aquí. Gracias por tu piropo, pero ya me gustaría a mi ser un poeta de verdad.

Un abrazo, amigo.