sábado, 7 de julio de 2012

LA PRINCESA Y EL MENDIGO


Hoy he visitado un centro comercial del centro de la ciudad.

Tiene a la entrada unos maceteros grandes y esbeltos, con unas palmeras que le dan una apariencia de oasis. Hacía calor. Me acercaba a la entrada con mi hija de cuatro años recién cumplidos de la mano. En uno de estos maceteros, a la sombra, se recostaba un mendigo famélico. Le faltaba parte de la dentadura. El pelo escaso y sucio era castaño claro. Tenía las manos manchadas y las uñas deterioradas. Una piel cetrina sudorosa.

Justo cuando pasábamos por su lado, el hombre exhaló una especie de suspiro. Mi hija se detuvo frente a él, se le quedó mirando y le dijo:

-¿Qué le pasa, señor?

Él levanto las cejas, sonrió, y le devolvió una mirada de satisfacción.



Estuve a punto de pegar un tirón de ella, pero me contuve. Me dio pena que se sintiese humillado. Supuse que estaría harto de recibir ese tipo de desprecios, así que sin bajar la guardia y algo incómodo, me contuve.



Posiblemente adivinó mi recelo. Sin mediar palabra, se inclinó para saludar a mi hija, y agitó levemente la mano. No hizo ni el amago de tocarla. Continuamos con nuestro camino.



-Adiós, princesa –dijo finalmente mientras nos íbamos.



Noté como seguía a mi hija con unos ojos de agradecimiento infinitos. Ella también le sonreía. Quizá él ya no recordase la vez que le habían tratado con una dignidad y un cariño como el de ahora. Quizá desde aquella vez en la que también fue niño.



Desde luego que hacía falta mucha imaginación y bondad para llamar “señor” a aquel indigente hediondo, o estar tan vacío de prejuicios como una niña de cuatro años.



Cuando salimos ya no estaba.


Mi hija y yo. Semana Santa de hace dos años.
Chipiona.

7 comentarios:

Ángela dijo...

¿De qué tenías miedo?

Paco dijo...

Pues tenía un poco de miedo y un mucho de asco.

Asco porque tendrías que haber visto las manos del mendigo, probablemente con alguna enfermedad de la piel. Solo pensar que podía acariciar la cara de mi hija, me daba bastante grima.

Y miedo porque a veces estas personas han perdido la cabeza y puede que esa pregunta de mi hija le callese mal, arremetiedo sobre nosotros.

Aun así, la sensación de evitar que se sintiese despreciado pudo más y reprimí mi primera intención.

Lo que más me gustó de esto que cuento es que una niña de apenas cuatro años ya tiene la suficiente capacidad como para devolverle, con una sola frase, la dignidad a una persona que el resto de los adultos que nos encontrabamos allí, yo incluido, se la habíamos negado.

Un saludo Ángela, y disfruta de esas verbenas tan folk que hacen por allí.

andandos dijo...

Me ha gustado lo que has contado, y me gusta la foto, porque es estéticamente equilibrada, de formas y de colores, con tres elementos que se escapan de la foto (palmera, farola, un poco, y la bicicleta y su jinete). El centro geométrico de la foto parece una pelota, aunque más bien será un adorno de cemento, pero el tema de la foto sois tu hija y tú, o mejor dicho, cómo tú miras a tu hija mientras ella parece preocupada por mirar el suelo.

Un abrazo de verano

Paco dijo...

José Luis, este elogio sobre la foto, viniendo de tí, me llena de entusiasmo.

Es una de las fotos que más me gustan que tengo con mi hija. La he observado muchísimas veces, y no me había dado cuenta de la "pelota", que como dices, en realidad es un adorno de cemento sobre la acera. Uno que no tiene la experiencia tuya.

Por cierto, a mi hijo le encanta hacer fotos, siempre nos roba la cámara cuando no nos damos cuenta (7 años), y luego veo algunas fotos que me gustan mucho. Las pondré para que las veas y me des tu opinión de experto (si no es mucho pedir).

Muchas gracias, José Luis, un caluroso abrazo.

andandos dijo...

Me sobrevaloras como fotógrafo (de lo que profesionalmente entiendo es de enseñar música, vamos), pero no importa. Si pones fotos de tu hijo te daré mi opinión de "experto", faltaría más.

Un abrazo caluroso también para ti, en todos los sentidos.

Portarosa dijo...

Hola, Paco.

A mí me parece que hay muchas situaciones en las que, como en esta, los niños (especialmente los nuestros, por la capacidad que tienen de llegarnos a lo más íntimo) nos dan lecciones de cómo tratar a los demás. Creo que lo básico es, como dices, la falta de prejuicios, la limpieza con la que se acercan.

Un saludo.

Paco dijo...

Es cierto Portorosa.

Para ellos, todo lo viejo nuestro, es nuevo. Y hay veces que nos descubren cosas que eran completamente evidentes, y nosotros ni la veíamos.

Un saludo.