Llevo toda la mañana solo. La
casa, a esta hora y sin nadie, parece otra.
He guardado los libros que
quedaban por ubicar. Por fin he ordenado mi mesita de noche. Parece otra. Sí. También parece otra.
El lavavajillas está a rebosar.
Me gusta apilar lo máximo posible los cubiertos en su interior. No queda
espacio ni para una cucharilla más. Meto una pastilla. A funcionar.
Luego tiendo la lavadora que
dejaste puesta. Saco toda la ropa primero y luego la voy colocando según un extraño
ritual que voy improvisando.
Las camas están medio hechas,
pero no me esmero demasiado en adecuarlas. Las dejo medio presentables. Ya
está.
Paso el aspirador.
Le he perdido el miedo a la
plancha. Por fin. Años después. Pero da calor.
No sé que preparar. Algo
fresquito. Saco tomates de la nevera, queda algo de pan duro. Aceite virgen
extra, ajo, sal, huevos; dejo el salmorejo enfriándose.
Termino
de recoger lo poco que queda. Estoy deseando sentarme.
Me llamas diciéndome que en quince
minutos llegas.
Cuarenta y dos minutos
después escucho el ascensor acudiendo.
Me atuso el pelo, ensayo
sonrisa, y pongo mis pasiones treinta segundos a máxima potencia en el
microondas.