lunes, 23 de enero de 2012

EL MACARRA



Ayer mismo iba con mi hijo en el coche, y vimos caminar por la acera a un chaval. Entonces me dijo:
-Ese es una macarra.
En algunas cosas me da el ramalazo progre, y no me gusta que mis hijos sean demasiado clasistas, así que intenté razonar.
-¿Y por qué es un macarra, hijo?
-Pues porque va de chulito y fuma.
-Bueno, tampoco es tanto, ¿no? –dije quitando hierro al asunto.
-Si, pero aparte de chulito y fumar, además es bajito, feo y se pone tonto con las chicas- añadió.

Y entonces, de pronto, pensé “¡Coño, como Sarkozy!”.  Y de verdad no sé si Sarkozy fuma o no, pero en lo demás, según mi hijo, es un macarra de tomo y lomo.

jueves, 19 de enero de 2012

COSAS


Cuando comencé este blog no tenía ninguna intención en concreto. Lo único quizá aquello que me dijo Teresa (la de la window): yo decido el ritmo. Sí que fue como una salida a muchas ideas que siempre se me habían ocurrido y que antes dejaba pasar indiferentes. También me he servido de él para plasmar historias curiosas que me ocurrían, y así quedasen reflejadas en algún sitio, y cualquiera  -o yo mismo dentro de unos años- las leyese.

Luego, casi desde el principio tuve claro que prefería un tono alegre. Divertido. Quería contar cosas que fuesen entretenidas o bien que si eran reflexiones “profundas” (entre comillas porque me da cierto pudor que esa palabra salga de mi), tuvieran algún toque animado, u optimista en el peor de los casos.

Sin embargo llevo unos cuantos días algo jodido a ratos, y al final he decidido escribir esto, por muy triste que sea. Este último sábado fui al funeral de la hija de unos amigos. Tenía un año y algunos meses. Y aunque es verdad que no son del grupo de amigos más cercanos -nos hemos visto relativamente poco-,  estas cosas me descorazonan.

Si no recuerdo mal, la última vez que nos vimos sería mediados de Diciembre, y mi hija pequeña estuvo jugando con su hijo mayor. Yo estuve hablando con el padre de ciertos problemas laborales, pues tenemos una profesión parecida. También vi a la pequeña. Le hice varias carantoñas. Murió el  5 de Enero. Qué irónica, absurda e insolente casualidad para una niña.

En la misa me entraron ganas de echarme a llorar como un niño, pero me contuve. Resultaría ridículo que un amigo (que casi podría definirme como un conocido algo aventajado) llorase más que los propios padres. Aunque eso fuese porque a esos padres ya no le quedasen más lágrimas y porque en el fondo seguro que lo que están deseando es despertar de una puñetera vez de esa pesadilla tan macabra.

Y esto además me trae algunos recuerdos. No es la primera vez que asisto a un funeral donde el sacerdote se viste entero de blanco. Era mi sobrina y tenía 3 meses cuando murió. Me viene a la mente como sería hoy, ya con casi 10 años. Hay fotos y genética para fantasear con esa posibilidad. Y ya no se me ocurre “na más” que decir.

Prometo otro tono más esperanzador para la próxima. Espero.

sábado, 7 de enero de 2012

VUELVO AL SUR





Un día, en el viaje de Madrid a Jerez, mi Santa y Madrileña esposa me preguntó que desde que momento empezaba a notar que estaba en casa. Que cuándo me sentía en mi tierra.

Ella apostaba claramente que mi respuesta sería cuando cruzamos Despeñaperros, sin embargo no es así. Despeñaperros es una advertencia, pero no es la meta. De hecho no hay una meta, un lugar concreto. Más bien es una sucesión de sensaciones que se completan cuando veo a alguno de mis hermanos, o de mis primos, o de mis familiares, y le abrazo. Volver a casa, al Sur, es algo más que volver a un lugar geográfico. Es, como dice esta canción, un destino del corazón.

Cuando me casé estaba de moda ponerle nombre a las mesas de los invitados (no sé si sigue esa costumbre), y a nosotros se nos ocurrió llamarlas con los nombres de los pueblos que uno va pasando entre Madrid y Jerez. Creo que fue un buen homenaje a ese camino que tantas y tantas veces hicimos, y que culminó en nuestra boda. Y por qué no decirlo, también un homenaje a nosotros, sufridores de ese trayecto ilusionado que ya se nos hacía hasta corto, siempre esperando algo.




En este último viaje he tenido el esmero –y el placer- de recrearme en las sensaciones que siempre me ocurren cuando Vuelvo al Sur, pensando que luego lo escribiría aquí.

Hay ya un tramo largo antes de toparse con el escarpado paisaje de Despeñaperros. Pero la vista es imponente. Si el clima lo permite, bajamos todas las ventanillas del coche para ver y respirar mejor ese horizonte tan vertical. Me hace gracia vernos a los cuatro con los pelos agitados por el viento que entra tan puro y desinhibido. Ahora ya casi han acabado una carretera que parece que sobrevuela tanta piedra alborotada. Te acorta el viaje, sí. Pero la ceremonia también pierde.

Una vez cruzado, los amplios campos de olivos ya me hacen sentir diferente. Son, tal como acertadamente leí en uno de los blog que visito, ejércitos interminables de olivos alineados a cada lado de la carretera.

La habitual parada en Andújar me divide el camino en dos. Allí mis hijos se desfogan en un parque mientras comemos. Los pobres ya acumulan tres horas de viaje, y les esperan otras tres. Lo hacen resignados. Acostumbrados. Algún día me dirán que ya no quieren acompañarme, que se quedan, que nos vayamos nosotros solos. Ese será un día triste por mucho que sepa que va a ocurrir.

Luego surge el Guadalquivir lamiendo la Mezquita cordobesa. Es un detalle precioso. Me altera y conmueve esa imagen. Solo pienso entonces que sucumbe entre Sanlúcar y el Coto.

Y como el río, sigo surcando hasta Sevilla. Imagino los puentes saltando el cauce. Y me despido de ellos. Sobre todo de ese tan enorme que se divisa desde la carretera, y que me responde con un parpadeo de luces en su parte más alta.

En la autopista, casi siempre ya atardeciendo o a oscuras, unas luces descubren el aeropuerto jerezano.

El aburrido cobrador del peaje, o la máquina donde introduzco la tarjeta. Ya casi, casi. Una salida certera.

La rotonda.

El cansancio que como Jerez, llega de golpe. De pronto ya están aquí. Haciendo que me hunda en el asiento. Que me sienta agotado.

Las calles.

Parte de mi historia. Una esperada sensación de seguridad.

Algún olor

Y por fin el abrazo.

Ya estoy en Casa.