Ayer se encendió el alumbrado de Navidad en Madrid. Queda un mes para el 25 de Diciembre, pero ya hemos dado el pistoletazo de salida. Cada año lo adelantan más. Cuando yo era niño, la Navidad y sus adornos empezaban con los cantos de los niños de San Ildefonso. Luego, ganando días, el comienzo lo daba el puente de Diciembre. Ahora hemos llegado hasta el último fin de semana de Noviembre. Como sigamos así va a ser una tontería que desmonten las bombillas, y se podrían quedar el año entero. Total, ahora son de LED y gastan menos.
Una vez, en Febrero, a la vuelta de un callejón en Cádiz, vi como unos operarios transformaban los restos de lo que parecía ser una especie de racimo de uvas del alumbrado de Navidad, en un antifaz para Carnavales. A esta ciudad nadie le gana en inventiva. Sobre todo en Carnavales.
Supongo que esto de adelantar la iluminación será para incitar el consumo en esta economía a la que aplicamos estas maniobras de RCP. Nada me gustaría más que se empiece a levantar cabeza, pero me temo que todavía nos queda bastante travesía por el desierto. Aun así, y a sabiendas de que puedo ser duramente criticado, opino que no apreciamos lo bueno que nos queda. No es que adolezca de un optimismo ingenuo e ignorante, es que me comparo con otras partes del mundo, y aunque sea un remedio de tontos, no deja de ser cierto.
Es verdad que ahora tenemos casos realmente espeluznantes y desesperados. Personas casi con lo puesto y con deudas para el resto de su vida, pero no es menos verdad que, por lo menos hasta el día de hoy, nadie, o prácticamente nadie, se muere de hambre. Aquí tenemos indigentes recién estrenados que en su vida hubiesen imaginado que tendrían que recalar en un comedor de Cáritas para tomar algo caliente. Sin embargo, en otros lugares, ni está asegurada la comida, ni hay posibilidad de dormir bajo techo, ni siquiera la vida es algo a tener en cuenta, pues pende de un hilo. Y esto sí que es dramático. Seguro que la mayoría de ellos estarían encantados de cambiarse en el lugar del más pobre de aquí. De tener en algunos casos hasta varios albergues de beneficencia al que acudir. Ocurre que cuando se ha estado en el vértice de la famosa pirámide de Maslow, bajar niveles resulta muy duro. La renuncia hiere más que el hambre.
A mi todo esto me trae a la memoria ese comentario de mis padres viendo la tele, cuando hace ya algunos años, corrió el rumor de que Kashogui (el conocido multimillonario de yates-palacio con grifería de oro) se había arruinado. Entonces, cada vez que la televisión contaba la noticia, mi padre decía con cara del que anhela lo que nunca tuvo: “La ruina de ese la quiero yo para mi”.
Al final, otra Navidad que, por un motivo o por otro, de las primeras cosas que hago es acordarme de mis padres.