miércoles, 28 de septiembre de 2011

INMERSIÓN LINGÜISTICA



Los que vivimos en una comunidad diferente de la que nacimos, nos la tenemos que ver a veces con el habla que se utiliza en cada lugar. Ya sé que alguno dirá que entre Andalucía y Madrid apenas hay diferencia alguna. Pero es solo una apariencia.

Hay múltiples situaciones para comprobarlo. Una de ellas es con mis hijos. Son como esponjas. Y se adaptan en seguida. Al principio de las vacaciones, allá en mi tierra, mis hermanos y primos se mofaban de su acento tan "fisno". Con tantas essess, y tanto "ado".

Sin embargo, en apenas unos días, parecen de allí de toda la vida. Con su acento nativo, dialecto bien consolidado y expresiones andaluzas donde las haya. Tanto que a la vuelta, algunos familiares y vecinos de aquí nos dicen si es que hemos pasado el Verano con Jezulín, o qué:     " illooooo"

Cuestión de tiempo. En apenas una semana, los pobres ya están otra vez con el deje madrileño, castizos de arriba abajo. Gatos hasta la médula. Parece que hubieran nacido aquí. Bueno, en realidad es que han nacido aquí. Quiero decir, que no se han movido de Madrid.

Pero a veces este proceso automático falla, y se producen cortocircuitos en sus neuronas, lagunas en la mutación lingüística. Averías en la traslación. Esta mañana, en el desayuno, al dejarles los cereales, mis hijos me han soltado un: "Papá, traenos también el Cola-Cado", que me he tenido que sentar de la impresión.

jueves, 22 de septiembre de 2011

LA BÁSCULA



Ya se acaba el Verano.

Para mi Septiembre es el mes en el que empiezo y acabo los años.

Y en Octubre, como todos los años, me hago mayor.

Esta mañana me he pesado, y casi me caigo de espaldas.

Subo de peso estrepitosamente.

Tengo que idear algo con urgencia para no llegar a las tres cifras.

Jamás pensé que eso de ponerme a CIEN iba a resultar tan poco erótico.



jueves, 8 de septiembre de 2011

MATARILE, RILE, RILE


En estos primeros días de Septiembre sigo de vacaciones y estoy desmantelando la que fue casa de mis padres. Lo hago yo solo. Mi Santa se ha ido. Tenía que empezar el día uno, y yo me quedo con los críos apurando algunos días más. El otro día por la tarde he estado allí guardando ropa en cajas, y deshaciéndome de cosas ya inútiles que se fueron acumulando. Algunas no puedo evitar guardarlas, pero hablaré de esas sensaciones más adelante. Ahora me centro en mis hijos enredando por las habitaciones.

Ya están tan hartos de estar encerrados que decido ir a ver a unos amigos.
-¡Venga, que nos vamos a la calle! –les arengo aproximándome a la puerta de salida, para sacarles un rato- Esperad, que no he cogido las llaves del coche.
Pienso dónde las habré puesto. En la encimera de la cocina, no. Sobre la tele, tampoco. ¡Ah, ya! En la mesa del salón, negativo. ¿Se habrán caído?
-A ver, niño, mira debajo mientras levanto los sofás. ¿Pero, seguro que no ves nada?
Me empiezo a poner nervioso. ¿Qué es lo último que he hecho desde que tengo constancia de que las tenía? Con la tontería, las llaves del coche valen una pasta, y las tengo que encontrar como sea.

Me empiezo a desesperar. He deshecho las cajas de ropa que ya tenía llenas, por si se me han escurrido dentro, y nada. A escondidas, he abierto el contenedor de basura de la calle, y me he subido la bolsa que he tirado hace una hora y media, por si acaso. Espero que ningún vecino haya observado la maniobra. La he vuelto a dejar después de rebuscar, sin éxito.

Ha debido de ser cosa de los enanos. No me cabe la menor duda.
-Mírame hijo, ¿has cogido tú las llaves del coche?
-No, papá. Yo no he cogido nada. –me fío de la respuesta. A sus casi siete años ya conoce cuando le hablo muy en serio.

Entonces queda la niña. Es más pequeña, solo tres años, espero que me entienda.

-¿Hija, tú has visto las llaves del coche?
-Si, yo he guardado.
-¿Dónde, mi vida? – después de hacer, deshacer y rehacer cajas de ropa, del episodio de escarbar en la basura… me siento morir cuando llego a este punto.
-Yo la escondido, en sitio secreto, para darle sorpresita, a mamá –me responde este oráculo con su media lengua y su voz de pito.
-Ya, pero ¿¡dónde!? –me contengo. Si subo demasiado el tono de voz, lo mismo se me echa a llorar, y ya no le saco nada.
-Ahí. Las llaves den coche…  juguetes –dice señalándome la enorme caja de juguetes.

Quién dijo miedo, y vuelco toda la caja haciendo un tremendo estruendo contra el suelo. Barcos Piratas, helicópteros, vías de tren, un Belén con sus camellos, dos geiperman, un coche teledirigido, cinco clicks, infinidad de bolitas, piezas de construcción, un fultbolín pequeñito… interminable, interminable, interminable. Pero meto el último vagón del tren, y las llaves siguen sin aparecer.

Han pasado más de dos horas desde que comencé a buscarlas, y empiezo a plantearme otras alternativas: Tengo unas copias de las llaves, sí. Están en la otra casa, donde dormimos. ¿Y dónde están entonces las llaves de la otra casa? Me cago en sup… están dentro del coche.

Ahora si que estoy jodido. Ya no puedo ni entrar en casa. Me tumbo en el sofá y respiro hondo. Muy hondo. Voy a seguir con lo que estaba haciendo. No me voy a agobiar. Sí, voy a seguir como si nada.

Al cabo de un rato largo, y sin parar de darle vueltas a la cabeza, mientras meto unas sábanas en otra de las cajas oigo gritar a mi hijo.
-Papá, aquí. Que están aquí. Mira, mira las llaves del coche.
Corro por el pasillo hasta el salón y le inquiero.
-¿Dónde estaban?
-En el coche teledirigido, dentro del capó. Estaba jugando con él, y al caerse se ha abierto y han salido –me responde con los ojos muy abiertos.
-No me jod…

El cochecito tiene un pequeño capó que se levanta con una pestañita, donde caben las llaves a lo justo. Buscándolas, yo había cogido el coche y lo había dejado otra vez en la caja de juguetes, pero no se me ocurrió hurgar en todos sus compartimentos. Los dos miramos a la pequeña, y yo enfadado le pregunto.
-¿Y por qué no me has dicho que estaban ahí, eh?
-Yo he dicho. Yo he dicho. Llaves den coche juguete. En sitio secreto, para dar sorpresita, a mamá. En coche juguete. En sitio secreto. En coche de juguete –responde alegando en su defensa.
No se si matarla, o dejarla vivir. Si adorarla, o arrojarla a los leones. Al final me quedo con ella.

Claro hija, en el coche, dónde iban a estar las llaves del coche sino, pues en el coche, dentro, en sitio secreto, para dar sorpresita, a mamá… pero se la has dado a papá, mira por dónde. Tres horas y pico después.