domingo, 14 de agosto de 2011

DESPERTARES (y III)




FUE UN SUEÑO






Era sólo un sueño. Pero mi vida era otra. Vagaba por las calles. Sin rumbo fijo. Frecuentaba los albergues donde hay platos calientes. A veces rebuscaba en la basura. Para comer. También encontraba desperdicios que convertía en algo de dinero. Revistas antiguas que ojeaba. Y algún extraño artilugio con el que entretenerme y mostrarlo, como si fuese un trofeo

Dormía en la calle. En el suelo. Entre cartones. En invierno nos reuníamos varios para darnos calor. Y había noches que lloraba. No sabría decir por qué. Me sentía mejor. Incluso con menos frío. A veces también escuchaba el llanto de algunos de mis vecinos en la oscuridad. Tenue pero tajante. Como a lo lejos. Me contagiaban, y las lágrimas se me escapaban. Tampoco sé por qué. Pero entonces no me sentía mejor, no. Entonces me costaba respirar. No soportaba oir su llanto.

No tenía amigos. Todos eran circunstanciales. El mismo que daba la vida por ti en una esquina, unas calles más abajo intentaba destrozarte la cara con una botella de vidrio rota contra su orgullo. Ni si quiera había bandas.  Cada uno a lo suyo, salvo algún compañero fiel, que desaparecía sin avisar. Era peor sentirse solo que pobre. Mucho peor.

En verano me refrescaba en las fuentes y dormía al aire libre. La gente me miraba. Me daba igual. Algún imbécil me hacía una foto. En una bolsa cabían todas mis cosas. Pedía limosna en las aceras y en los semáforos. Apenas unos céntimos. Escupía si me miraban mal. Recuerdo la primera vez que supliqué por dinero.

Me acordaba de mis padres. No sé. Si me viesen. No sé. Era demasiado tarde. Demasiado tarde para todo.

Era otra vida. Pero fue un sueño. Me desperté. Me fui de vacaciones. Regresaré en Septiembre. Cuando olvide este sueño.




jueves, 11 de agosto de 2011

DESPERTARES (II)


SUEÑOS SON.

Dormir es uno de mis pasatiempos favoritos.  Es una forma alterada de la conciencia.

Una vez escuché que hay tres maneras naturales de despojarse de la carga de la conciencia. De abstraerse hasta el abandono. De superar las limitaciones, y quedarse, a mi entender, con la forma de ser más auténtica. De conseguir un estado en el que la felicidad se palpa porque uno es más libre que nunca. O más esclavo que nunca. En los extremos.

Estos estados se alcanzan con la muerte, el orgasmo y el sueño. En ellos, uno es, pero no es; está, pero no está. No existe la razón. No distinguimos. Es un dejarse llevar. Es confiarse a otra voluntad, como cuando éramos niños.

En concreto, mis preferencias se centran en los márgenes de un instante antes y un instante después de estos estados: aun no tengo esa experiencia con la muerte (espero ese día con una inexplicable mezcla de serenidad e inquietud), pero con las otras dos, exploro esos momentos con curiosidad.

Dormir no solo me procura el descanso, también me muestra vivencias y escenas extravagantes, fuera de cualquier armazón lógico. El tiempo se repliega. Es irregular. Fuera de ritmo. Puedo soñar toda una noche con el único acontecimiento de una copa que cae desde la mesa. Esto no es demasiado excepcional, pero hay otras situaciones en las que ya es más difícil encontrar sentido.

A veces, en el intervalo de una imperceptible cabezada antes de acostarme, o de esa pequeña modorra de por la mañana, puedo soñar una trama que si comienzo a recordarla, a extraer de mi mente el sueño, es una historia de horas, incluso días, quizá años. Y todo ello en unos segundos. No busco ninguna explicación, solo lo examino.

Por cierto, puede que esto sea una pista para aclarar por qué hay mañanas en las que me parece estar despertándome en aquella casa que tuve hace años. Puede que aun me encuentre en la última noche que dormí en aquella habitación. En esos segundos antes de despertarme, y en los cuales he soñado toda mi vida posterior. Así, concentrado en un relámpago esta mitad de mi vida.

Entonces despertaré de una vez por todas en aquel cuarto. Por ello a veces me parece estar aun allí. Y es que nunca llegué a levantarme. Sigo dormido. Y que lo que parecía realidad, será sueño. Y que lo que creía un sueño, será realidad. Y que toda esta vida para nada. Y que todo sueño es nada. Y que toda la vida es sueño, y los sueños…





martes, 9 de agosto de 2011

CRISIS? WHAT CRISIS?



Otras formas de pasar el Verano con:

-dos sillas de caña

-una piscina hinchable (con otra pequeñita encima para los nietos)

-dos neveras para lo fresquito

-una parabólica


Todo ello en medio de la calle…  


ESTO TAMBIÉN ES MADRID.



Para otro día "Breakfast in America".

viernes, 5 de agosto de 2011

DESPERTARES (I)

Estas noches en las que me acuesto y me levanto solo, me ha dado por repasar todos los lugares en los que he dormido.

El primer sitio fue el piso que tenían mis padres en Los Naranjos, pero nos fuimos pronto. Yo tendría unos meses y no recuerdo nada.

Nos mudamos a la casa de mis abuelos, en el barrio de Icovesa, no muy lejos de Los Naranjos. Allí estuvimos hasta que mis abuelos fallecieron, cuando yo tenía 16 años.

Entonces mis padres compraron un piso más céntrico. Aun conservamos esta casa, que es donde me quedo cuando en Navidades y Semana Santa voy a ver a mis hermanos y familiares, y a pasearme por "mi pueblo".

A los 18 me fui a estudiar a Cádiz, y anduve alternando esa temporada entre Jerez y Cádiz. En Cádiz viví en dos lugares diferentes: en la Avenida (casi a la entrada de Cádiz), y en el centro (una gaditano diría en “Cadi, Cadi”), en una calle cercana a la Plaza Candelaria.

Al acabar mis estudios, con 25 años, me fui a hacer la mili a Madrid. Dormía en el cuartel, pero una madrugada, en una especie de redada, tuvimos todos que formar en la plaza de armas semidesnudos y con un frío siberiano, porque a algún gilipollas se le ocurrió meter droga en la taquilla. Así que decidí que no tenía porque aguantar ese tipo de situaciones en las que yo no tenía ninguna responsabilidad, y me busqué unas clases particulares para financiarme el alquiler de un piso compartido en pleno centro de Madrid (calle Preciados).

Luego regresé a Jerez, a la casa en la que seguían mis padres, con 26 años, hasta que a los 29 volví otra vez a Madrid.

El primer mes me colgué de prestado en casa de una amigo, y buscando, encontré un diminuto estudio que alquilé para mi solo, también en el centro (Plaza de Puerta Cerrada); y finalmente, con casi 31 años, me hipotequé con la casa en la que ahora estoy.

Desde entonces vivo aquí con mi mujer, y los dos hijos que han ido llegando. Estoy a punto de cumplir 40.

A esto hay que añadir esos gloriosos meses de Verano en Rota por cada año, desde los 6 hasta los 30, lo que hace un cómputo global de unos 4 años de roteño convencido. Más estas últimas etapas de vacaciones en Chipiona, aunque no creo que esta suma llegue ni al año.

También tengo múltiples viajes durmiendo en sitios mejores y peores, cuando iba de grillo por la vida (antes de ser cigarra), y otros viajes ya de “legal” (o sea, pagando y sin improvisar).

Y todo esto viene porque a veces me ocurre algo bastante curioso: Algunas mañanas, si el sueño es tan profundo que me voy despertando por etapas, hay un instante intermedio en el que mi mente se encuentra en una especie de semi inconsciencia, y que está convencida que al despertar lo haré en mi casa de Icovesa. Luego abro los ojos y tras unas décimas de segundo de desorientación, la habitación en la que me iba a encontrar se esfuma, y caigo en la cuenta de donde me hallo.

Hace ya más de 20 años que no me paso por allí (sin contar la vez que regresé en secreto al antiguo barrio buscando no sé muy bien el qué, el atardecer en que mi madre murió). No recuerdo ni como eran la mayoría de sus detalles, aunque otros estén grabados a fuego. Es mi casa de siempre, aunque ya no sea mía (en realidad nunca fue mía). Allí pase mi infancia, mi adolescencia, parte de mi juventud. Mis abuelos, mis padres, mis hermanos. Es la patria de mis recuerdos.

Pero aun así, sigo sin explicarme este “fenómeno”. Puede que mientras mi cuerpo descansa en cualquier otro lecho, mi alma siga durmiendo en aquella habitación, y cada noche realice un viaje de ida y vuelta buscando aquella felicidad ignorada. Entonces parece que cobra sentido la extraña sensación que algunas mañanas me aturde y me entusiasma.

lunes, 1 de agosto de 2011

ECONOMIA DE SUBSISTENCIA



Nos fuimos el Sábado a media mañana. Los dejé en el Paraíso y me volví el Domingo. Hoy Lunes sigo con mi rutina, pero nadie me espera en casa.

Aquí, a estas horas, una fugaz tormenta de Verano refresca el ambiente y ya noto sus ausencias. Un viento encorajinado agita las persianas.

Los víveres se irán acabando. Las cigarras somos malas previsoras.